Que interesante resulta buscar en la Internet algún artículo sobre el reconocimiento a la labor bien realizada. Por el contrario, las respuestas que obtenemos son: reconocimiento de voz, reconocimiento de caracteres ópticos, reconocimiento de escritura a mano, etc., etc.
Hoy en día la tecnología nos ha invadido con una serie de acciones que realiza la computadora y aquellas cosas como reconocer una destacada acción a cualquier persona, es algo que brilla por su ausencia.
Hace tiempo escuché que la deuda con los seres humanos es el reconocimiento. Un gracias, una sonrisa, una palmada en la espalda, una mirada afable y mil detalles más que, podrían ser insignificantes para uno y para otros son todo lo que les falta y cambian su vida en cuanto lo reciben.
Hoy en día encontramos una serie de pistas sobre ello, canciones como “lo que el mundo necesita es amor”, libros como “El Arte de Amar”, etc., etc. Pero esto no viene desde ahora, W. Goethe decía, “si quieres que una persona cambie, tratala como quieres que sea y no como es ahora”, películas como “Mi bella Dama”, obras de teatro como “Pigmalión” de Shaw. Más aún, desde la antigüedad, el mito de Pigmalión y la Galatea. La humanidad tiene una serie de historias y explicaciones sobre esa necesidad que los humanos tenemos.
Pero, siempre se interpreta como que todo se tiene que observar como buen trato, aun cuando a veces se podría que interpretar que uno podría presentarse como malo. Hace mucho tiempo cuando mi hijo era niño en sexto de primaria era muy voluntarioso y podía interpretarse como malcriado o travieso. El año anterior, tenía problemas de conducta, porque era travieso y el nuevo profesor en el primer trimestre le puso mala nota, él (mi hijo) se puso de todos los colores y andaba enojado con su profesor, al final del año aceptó que el profesor tenía razón y mejoró en su comportamiento.
Los años pasaron, un día cuando mi hijo había terminado la secundaria, caminábamos por la Av. La Molina y nos encontramos con su profesor del sexto de primaria. Hubieran estado allí, fue un encuentro entre alumno y profesor después de muchos años, los rostros de admiración, se saludaron se dieron las manos. El profesor miraba hacia arriba a su pequeño alumno ya crecido y joven, el alumno miraba hacia abajo reconociendo a su profesor más maduro de lo que lo había conocido, pero en ambos casos eran miradas de reconocimiento. Palabras como, ¿qué tal profesor, cómo está?, que gusto verlo. Muy bien, que bien se te ve, has crecido una barbaridad. Y cosas relacionadas. El encuentro no fue muy largo, pero en ese instante, estoy seguro que el profesor se sintió muy satisfecho por el reconocimiento y mi hijo no se quedó atrás, pues él se alegró de ver a su antiguo profesor. Cuando llegamos a casa, contó su grata experiencia.
El otro día, pasé por esa experiencia. Se me acercó un alumno del ciclo pasado: a quién le pregunté un día, ¿qué es lo que te ocurre?, ¿por qué si el primer examen saliste con muy buena nota, ahora tienes un 03?. La respuesta fue, es que soy ludópata.
Mi respuesta inmediata fue, estarás invirtiendo mucho tiempo en juegos de computadora y sintiendo que no puedes salir de allí. De ti depende sobreponerte, de nadie más. Tú eres el único responsable. Sólo tú eres responsable de lo que te ocurra, si tú quieres perder así será, pero si quieres avanzar, está en tus manos (y me acorde de una expresión del poema Desiderata) y cerré mí motivación con “… ¡esfuérzate por ser feliz!”.
Acababa de concluir una clase, se me acercó y dijo: “no he tenido la oportunidad de agradecerle, lo que hizo esa vez por mí. Me ayudo a sobreponerme”. Me dio la mano con franqueza. Me sentí muy bien. Creo que todos los seres humanos merecemos satisfacer esa necesidad de reconocimiento.
Todos requerimos ser reconocidos, pero siempre los adultos queremos ser reconocidos por los menores, obviando que los menores también requieren ser reconocidos, sin exagerar. Allí tenemos mucha responsabilidad los adultos, orientando a reconocer a nuestros ancianos, generando un acercamiento entre generaciones, abriendo canales de expresión y reconocimiento. Los abuelos tienen mucho que contar y nosotros mucho que aprender, agradecer y reconocer son parte de la deuda que tenemos con la humanidad.
Aprendamos a dar la mano, un abrazo, un beso, una caricia con la palabra o con una mirada afable, aprendamos a agradecer, a decirle de manera franca a las personas con que nos encontramos, me dio mucho gusto verte, verán que la satisfacción no sólo se produce en la otra persona, una sensación de llenura empieza a desarrollarse en nosotros. Porque eso es humano y porque “los seres humanos nos hacemos entre humanos física y espiritualmente”
Cordialmente,
Carlos Alberto